¿Qué tienen en común la motivación y la muerte?

Hace tiempo que quería escribir sobre un tema tan delicado e incómodo a priori como es la muerte, de mi experiencia con ella y de su conexión con la motivación. Me he decidido a hacerlo ahora tras caer en mis manos estos días una genial reflexión de la que te hablo al final de este artículo.

La muerte es un término tabú en nuestra cultura occidental. Algo que unimos irremediablemente al dolor, al sufrimiento, a lo indeseado. Cuando hablamos de nuestra propia muerte, de la posibilidad de morir, lo hacemos con la boca pequeña como si el simple hecho de pronunciar la palabra fuera a atraer a los malos espíritus hacia nosotros. ¡Qué mal fario!

Mientras en Occidente la muerte se considera como el final de la vida que es única e irrepetible, en Oriente acepta como un incidente en el camino hacia una experiencia mucho más extraordinaria y profunda. Yo con el tiempo estoy aprendiendo a verlo también así, con espíritu oriental. ¡Es maravilloso cuando lo descubres!

Aprendí esta frase de Raimon Samsó: “La muerte es el mejor invento para vivir la vida intensamente”. Estoy de acuerdo, pero con un cierto matiz. Aquí tenemos la conexión entre estos dos términos, muerte y motivación. Saber que me voy a morir (y cuanto mayor soy más números tengo para que me toque el premio gordo) me puede empujar a vivir la vida con mayor intensidad.

El matiz viene en el hecho que a menudo confundimos la intensidad con la celeridad. Vivimos muy deprisa, atropellados, como si nos fuera la vida terrenal en todo lo que hacemos. El dichoso tiempo que por más que nos empeñemos en estirarlo, se contrae y avanza inexorablemente.

Internet nos ha traído un sinfín de comodidades y ventajas a nuestras vidas, pero también un exceso de información (la “infoxicación”) e impactos emocionales, que si no sabemos digerirlos con calma y control nos pueden acabar pasando factura: estrés, ansiedad, frustración… O la simple percepción de que nunca logramos subir al tren, que nos quedamos en el vagón de cola con miedo a caer y quedar desconectados para siempre. En la Red está el futuro, eso lo tengo claro y apuesto firmemente por ello, pero no debe impedirnos seguir gozando de las relaciones humanas al aire libre con los cinco sentidos.

Llegado este punto, quiero compartir contigo un gran aprendizaje que estoy viviendo actualmente. ¡Vamos a darle la vuelta al calcetín! Es el contrapunto a lo que te acabo de explicar:

Tomar consciencia de que estamos aquí de paso, de que un día u otro voy a morir, quizás dentro de 50 años, dentro de 20, dentro de 10, el año que viene, el mes que viene, la próxima semana, o puede que mañana mismo… lejos de perturbarme me hace sentir una gran paz interior que provoca emociones y sentimientos como los que quiero a compartir aquí contigo:

  • Le quito trascendencia a las cosas negativas que me ocurren. Me digo: “no pasa nada, ¡dentro de 100 años no me voy a acordar de nada!”
  • Disfruto con más intensidad los pequeños placeres: un paseo a la luz del sol, una charla con alguien que disfruta de la vida y de los demás, una tarde jugando con mis hijos, un buen libro que me inspira, un día de lluvia en casa…
  • Me pongo con facilidad en el lugar de otras personas que están sufriendo en la búsqueda de su camino cuando antes me costaba entenderlas.
  • Me doy permiso para expresar lo que siento tal cual cuando antes era más reservado, diplomático y sufría por dentro. Reconozco que todavía lo soy, ¡pero muchísimo menos! O lo que es más importante: lo soy hasta un punto que me permite seguirme queriendo, mantener mi sana autoestima y disfrutar de las relaciones sociales.
  • Cultivo mi conciencia reflexionando sobre todo lo que ocurre a mi alrededor. Para mí es sagrado irme cada día a dormir con la conciencia en paz por haber hecho todo lo que está en mis manos de forma humilde y honesta, entendiendo y asumiendo también mis errores. Estoy aprendiendo a meditar, pero reconozco que todavía me cuesta bastante concentrarme en periodos de más de dos minutos con la mente en blanco. ¡Pero sé que lo conseguiré! Es la forma que más se aproxima a parar el tiempo y oxigenar la mente.

Solo hay algo que me perturba en mi reflexión sobre la vida y la muerte: la tortura. Cuando alguien, sea una persona o las circunstancias, te somete en contra de tu voluntad a seguir en vida bajo unas condiciones infrahumanas.

¿Te has preguntado alguna vez hasta dónde llegaría el límite de tus ganas de vivir esta vida? Un secuestro, una enfermedad degenerativa, una guerra… La reflexión me lleva a pensar sin quererlo en conceptos tabúes como la eutanasia, el suicidio… ¡Uy! ¡Uy! ¡Que me estoy metiendo en camisa de once varas! ¿Y qué pasa si alguien decide quitarse la vida para dejar de sufrir? ¿Qué derecho tenemos a juzgarlo? Total, ¿qué son 20, 30 o 40 años menos de mi mísera vida en la eternidad del universo si no hago daño a nadie? Si pienso que lo que venga después no puede ser peor…

La polémica está servida, lo sé, pero lo voy a dejar aquí, porque esto da para escribir un libro. Prometo volver a hablar de ello algún día. Motivación y suicidio son también dos términos con más en común de lo que podemos pensar. La mente humana, ¡maravilloso y misterioso artilugio!

Para acabar, te propongo un vídeo de Daniel Gabarró en el que hace una serie de reflexiones muy interesantes sobre la muerte.

Espero que hayas disfrutado de este tema como yo escribiendo. Es un post de claros y sombras, pero vamos a quitar hierro al asunto y aplicar la célebre frase de Buda:

[bctt tweet=”El dolor es inevitable, pero el sufrimiento es opcional (Buda)”]

¿Hasta cuánto dura tu capacidad de sufrimiento? Esto me da una idea para un próximo artículo en el que hablar de nuestro nivel de tolerancia a la frustración. ¡Hasta pronto y feliz vida!

 

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